Hoy hacía un día
radiante. Cielo azul intenso como en verano y un sol majestuoso. He bajado
caminando hasta el metro de Hospital Clínic y me he dirigido hacia Poble Sec.
¡Qué hermoso barrio!
Esther me estaba
esperando en la Plaça dels Ocellets, justo donde empieza el carrer de Blai, y
nos hemos sentado en la terraza de uno de los bares, el mismo de la última vez
con las chicas. Unos pinchos deliciosos a 1,20€.
Una vez terminada
la comida, hemos ido en busca del sol y nos hemos encaramado por las calles de
Montjuïc hasta llegar a una plaza que conducía a un mirador y que estaba
rodeada de casas tipo villas de antes. Una maravilla.
Nos hemos ido
percatando de su presencia después de que se pusiera el sol. Primero uno, luego
otro; de repente varios gatos rodeando la zona, haciendo la croqueta
distendidamente…
El motivo de tal
reunión ha llegado minutos más tarde. Dos señoras mayores, de unos 70 años, con
bolsas llenas de comida para gato de distintos tipos. Hasta una bandeja para servirles
el banquete. Con razón Esther y yo decíamos que se los veía saludables; incluso
algunos estaban gorditos.
Las señoras se
lamentaban de los insultos de los jóvenes del barrio, que las han llegado a
llamar “viejas putas”. Ver para creer… Estaban disgustadísimas con las críticas
que reciben por alimentar a esos pobres animales.
Cada día les llevan una gran cantidad de
comida que compran de su bolsillo y lo hacen con la mejor intención. Además, el
Ayuntamiento asumió el coste de las castraciones (muy cívico, sí), con lo que
no hay riesgo de que los gatitos se reproduzcan indiscriminadamente. ¿Por qué
entonces reciben insultos?
Si hay algo que
detesto es la mala educación, y faltarle el respeto a las personas mayores me
parece gravísimo. ¿Qué les están enseñando a esos jóvenes? A una de ellas hasta
le lanzaron piedras una vez que estaba sola. Por eso ahora siempre se acompañan
la una a la otra en la ronda diaria.
A pesar de lo
terrible de la historia he disfrutado mucho de la compañía de estas dos amigas que, por lo que contaban, debían ser vecinas de hace años. Sin darnos cuenta se nos ha echado encima la noche cerrada.
Entones nos hemos levantado y, tras una cálida despedida, Esther y yo hemos
bajado hasta el Paral·lel, donde nos hemos despedido. Ella bicing y yo metro
hasta casa.
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