lunes, 23 de febrero de 2015

UN DOMINGO EN MONTJUÏC

Hoy hacía un día radiante. Cielo azul intenso como en verano y un sol majestuoso. He bajado caminando hasta el metro de Hospital Clínic y me he dirigido hacia Poble Sec. ¡Qué hermoso barrio!

Esther me estaba esperando en la Plaça dels Ocellets, justo donde empieza el carrer de Blai, y nos hemos sentado en la terraza de uno de los bares, el mismo de la última vez con las chicas. Unos pinchos deliciosos a 1,20€.

Una vez terminada la comida, hemos ido en busca del sol y nos hemos encaramado por las calles de Montjuïc hasta llegar a una plaza que conducía a un mirador y que estaba rodeada de casas tipo villas de antes. Una maravilla.

Nos hemos ido percatando de su presencia después de que se pusiera el sol. Primero uno, luego otro; de repente varios gatos rodeando la zona, haciendo la croqueta distendidamente…

El motivo de tal reunión ha llegado minutos más tarde. Dos señoras mayores, de unos 70 años, con bolsas llenas de comida para gato de distintos tipos. Hasta una bandeja para servirles el banquete. Con razón Esther y yo decíamos que se los veía saludables; incluso algunos estaban gorditos.  

Las señoras se lamentaban de los insultos de los jóvenes del barrio, que las han llegado a llamar “viejas putas”. Ver para creer… Estaban disgustadísimas con las críticas que reciben por alimentar a esos pobres animales.

Cada día les llevan una gran cantidad de comida que compran de su bolsillo y lo hacen con la mejor intención. Además, el Ayuntamiento asumió el coste de las castraciones (muy cívico, sí), con lo que no hay riesgo de que los gatitos se reproduzcan indiscriminadamente. ¿Por qué entonces reciben insultos?

Si hay algo que detesto es la mala educación, y faltarle el respeto a las personas mayores me parece gravísimo. ¿Qué les están enseñando a esos jóvenes? A una de ellas hasta le lanzaron piedras una vez que estaba sola. Por eso ahora siempre se acompañan la una a la otra en la ronda diaria.

A pesar de lo terrible de la historia he disfrutado mucho de la compañía de estas dos amigas que, por lo que contaban, debían ser vecinas de hace años. Sin darnos cuenta se nos ha echado encima la noche cerrada. Entones nos hemos levantado y, tras una cálida despedida, Esther y yo hemos bajado hasta el Paral·lel, donde nos hemos despedido. Ella bicing y yo metro hasta casa. 

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