Cuando
me preguntan si lo mío fue vocacional la respuesta es sincera: no.
Elegí estudiar Periodismo pocos meses antes de la fecha pautada porque
de repente me di cuenta de que no quería ser empresaria como había
pensado desde niña. Me gustaba mucho escribir, comunicar; valoré que era
una profesión que representaba un servicio a la sociedad y todo ello
bastó para tomar la decisión.
El
primer año de carrera fue desalentador para muchos y de hecho fue
cuando más compañeros abandonaron la facultad y cambiaron de
orientación. “La objetividad no existe”, todavía retumban en mi cabeza
las palabras de aquel profesor que nos dejó a todos callados al
revelarnos semejante verdad, del todo objetiva por cierto. Creo que la
mayoría de nosotros, adolescentes de 18 años, recibimos aquella frase
como un jarro de agua fría. “Si la objetividad no existe, ¿entonces qué
hacemos aquí? ¿Cuál es nuestra función?”.
Luego
vinieron las lecturas de Kapuściński, tuvimos otros profesores, nos
relacionamos con la práctica periodística en los estudios de radio y
televisión… Yo por mi parte me fui apasionando cada vez más por el
Periodismo. Pasó el tiempo y entendí mejor lo que había querido decir
aquel profesor. (Al fin y al cabo, si la objetividad existiera la
profesión sería mucho más aburrida y todo eso).
Pero
no es sólo del Periodismo en sí de lo que quiero hablar, ni de mi
visión del mismo, sino sobre todo del temor que tengo respecto a la
grave crisis que está sufriendo en España. Una preocupación como miembro
de una sociedad en la cual va a repercutir muy negativamente –y ya está
ocurriendo- un periodismo pobre, desnutrido de profesionales y con
medios que cada vez tienen menos recursos como resultado, en buena
parte, de la disminución en la inversión publicitaria.
Las
cifras hablan por sí solas: en los últimos tres años se han destruido
6.000 empleos en los medios de comunicación, según informaba esta semana
el Observatorio de la Crisis de la Federación de Asociaciones de
Periodistas de España (FAPE), lo que supone una reducción del 15% en
puestos de trabajo de la clase periodística. La crisis no sólo desbanca a
personas, sino que decenas de medios enteros han desaparecido en los
últimos tiempos: en prensa –la gratuita incluida-, agencias
de noticias, medios audiovisuales, etc. Ni siquiera se ha librado la
revista Superpop, con treinta años de trayectoria y que yo leía cuando
ni siquiera sabía que sería periodista.
Todo
ello me lleva a la pregunta de hacia dónde va el Periodismo. Porque
para poder contribuir con él a una sociedad mejor informada –bulimia
informativa abstenerse- es necesaria la pluralidad de voces y de unas
voces que trabajen en condiciones dignas. La crisis también está
afectando a otros sectores, pero debemos ser conscientes de que hay
campos más sensibles en cuanto a construcción de una sociedad
sana se refiere y el Periodismo, tal y como aprendí a entenderlo, es uno
de ellos.
El
Periodismo como plataforma, crítica con el poder, desde la cual ofrecer
herramientas para que los ciudadanos dispongan de toda la información
posible para ir más allá de sus opiniones sobre esa realidad que está
allí afuera y que a menudo se nos escapa sencillamente porque somos
sujetos que la analizamos desde nuestro punto de vista, olvidando que
existen otros prismas. No podemos ser objetivos pero tenemos que ser
imparciales y honestos. Ése es el gran valor de un periodista. Y tanto
el Estado como el sector privado deberían tener especial cuidado al
respecto, si es que la codicia y los intereses económicos no han
erosionado todavía del todo la moral colectiva.